Columna Mensajes
Gilberto Armenta Reyes
Hermosillo: la indigencia y la responsabilidad pública
Miércoles 23 de diciembre de 2025
Caminar por el centro de Hermosillo ya no es solo un ejercicio de rutina urbana; para muchos ciudadanos se ha convertido en una experiencia cargada de contrastes. La indigencia, visible en banquetas, parques y cruceros, es hoy uno de los rostros más duros de la ciudad. No se trata únicamente de pobreza extrema, sino de una mezcla compleja de abandono social, problemas de salud mental y adicciones que, cuando no se atienden a tiempo, terminan afectando la convivencia y la seguridad.
Vecinos de colonias como el Centro, San Benito o la Ley 57 cuentan episodios que van más allá de la incomodidad. Comercios con vidrios rotos durante la madrugada, viviendas con daños en rejas o puertas, además de la insalubridad, y ciudadanos agredidos verbalmente —y en algunos casos físicamente— al negarse a dar dinero ó comida, son situaciones que se repiten con mayor frecuencia. No es una generalización: la mayoría de las personas en situación de calle no son violentas. Pero, negar que existen casos donde la desesperación y el deterioro emocional derivan en conductas agresivas sería cerrar los ojos a una realidad que lastima tanto a víctimas como a los propios indigentes.
La respuesta institucional ha sido desigual, aunque no inexistente. La Policía Municipal interviene cuando hay denuncias por daños a propiedad o agresiones, actuando bajo protocolos de seguridad pública. En paralelo, el DIF Sonora y el DIF municipal han asumido la parte social: brigadas de atención, traslados a albergues temporales y canalización a servicios de salud. También Seguridad Pública Municipal ha reforzado recorridos en zonas con mayor incidencia, intentando equilibrar el orden con el respeto a los derechos humanos.
Obligado resulta mencionar que la intervención de partidos políticos le ha dado a esta problemática un giro electoral sin sentido.
Sin embargo, aquí aparece el punto crítico: contener no es resolver. Retirar a una persona de la calle para liberarla horas después, sin seguimiento médico ni psicológico, solo patea el problema hacia adelante. La ciudad necesita una política más consistente, con centros de atención permanentes, evaluación clínica y programas de reinserción real. De lo contrario, la indigencia seguirá siendo un péndulo entre la banqueta y la patrulla.
La crítica, en un nivel razonable, apunta a la falta de coordinación y continuidad. Las autoridades hacen lo que pueden con recursos limitados, pero el enfoque sigue siendo reactivo. Mientras no se priorice la prevención y el tratamiento integral, Hermosillo continuará enfrentando episodios de violencia menor, daños materiales y una sensación creciente de abandono urbano.
La indigencia no es solo un problema “de los otros”. Es un espejo incómodo de lo que la ciudad ha dejado caer. Atenderlo con firmeza y humanidad no es opcional: es una responsabilidad pública que ya llegó tarde, pero aún puede llegar a tiempo.
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