Vías que se mueven, ciudad que no se detiene

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Columna Mensajes

Gilberto Armenta Reyes

Vías que se mueven, ciudad que no se detiene

Lunes 22 de diciembre de 2025

Nogales, Sonora es una ciudad acostumbrada al ruido del progreso. El paso constante del tren, durante décadas incrustado en la mancha urbana, ha sido parte del paisaje cotidiano: cruces detenidos, tráfico interrumpido y una frontera que, paradójicamente, se ralentiza en su propio centro. Por eso, el proyecto de reubicación de las vías ferroviarias entre Ímuris y Nogales fue recibido, desde su anuncio, como una promesa largamente esperada: Modernizar la ciudad, mejorar la logística y liberar a Nogales de una división física que ha marcado su desarrollo.

El plan es ambicioso; implica sacar el trazo ferroviario del corazón urbano, construir una nueva ruta con túneles y puentes, y transformar la dinámica del transporte de carga en uno de los corredores comerciales más importantes del norte del país. En el papel, el beneficio es claro: Menos accidentes, mayor fluidez vial, mejor competitividad para la frontera y nuevas oportunidades de desarrollo urbano en zonas hoy atrapadas entre rieles.

Sin embargo, como suele ocurrir con las grandes obras, el avance técnico no siempre va acompañado de estabilidad operativa. Aunque los trabajos continúan y el proyecto presenta avances significativos, los problemas financieros y administrativos han comenzado a pesar más que la maquinaria en movimiento. Y cuando eso sucede, las consecuencias no se quedan en los planos de obra: Se trasladan directamente a las carreteras, a la economía regional y a la vida diaria de la gente.

El ejemplo más reciente fue el bloqueo de la carretera federal a la altura de Ímuris, un punto estratégico que conecta a Nogales con el resto del estado y del país. Transportistas, trabajadores y representantes sindicales ligados a la construcción de las nuevas vías decidieron cerrar el paso como medida de presión ante la falta de pagos acumulados desde hace meses. El mensaje fue contundente: No se puede hablar de desarrollo mientras quienes lo construyen siguen esperando respuestas.

El cierre, aunque temporal, tuvo un impacto inmediato. Filas interminables de vehículos, retrasos en el transporte de mercancías, afectaciones a viajeros y una sensación generalizada de hartazgo. Para una región cuya economía depende del flujo constante de productos hacia y desde la frontera, detener la carretera es tocar una fibra sensible. No fue solo una protesta laboral; fue un recordatorio de lo frágil que puede ser la cadena logística cuando una pieza falla.

Las autoridades intervinieron y, tras negociaciones, el bloqueo fue levantado. Se anunciaron acuerdos, compromisos de pago y la reanudación normal de los trabajos. Pero, más allá del desenlace inmediato, el episodio dejó preguntas abiertas. ¿Qué tan sólida es la planeación financiera de una obra de esta magnitud? ¿Cuántas veces más podría repetirse un escenario similar si los adeudos no se resuelven de fondo?

En Nogales, el debate no es si la reubicación de las vías es necesaria. En eso hay consenso. La discusión política y partidista gira en torno a cómo se está ejecutando y a qué costo social. Porque, mientras el discurso oficial insiste en los beneficios futuros, el presente muestra señales de desgaste: trabajadores inconformes, empresas presionadas y ciudadanos atrapados entre promesas de modernización y realidades de bloqueo.

El gobernador Alfonso Durazo ha sido contundente en este tema: No se permitirá la politización de tan importante obra, ni la intervención de factores electorales en torno a la misma. Punto.

También hay un elemento simbólico difícil de ignorar. La carretera cerrada en Ímuris es, en esencia, otra vía interrumpida. Así como el tren partió durante años la ciudad de Nogales, ahora la protesta partió momentáneamente la comunicación terrestre. Es una coincidencia que revela una verdad incómoda: Las obras que buscan conectar pueden terminar dividiendo, si no se gestionan con responsabilidad federal.

A nivel urbano, Nogales se encuentra en un punto clave. La eventual salida del tren del centro abrirá espacios valiosos para reordenar la ciudad, mejorar la movilidad y replantear zonas que hoy viven al ritmo del silbato ferroviario. Pero ese futuro requiere algo más que concreto y acero. Necesita confianza, transparencia y una coordinación efectiva entre gobierno, empresas y trabajadores.

El bloqueo en Ímuris no debe leerse como un obstáculo aislado, sino como una advertencia. Las grandes transformaciones no solo se miden en kilómetros de vía o en porcentajes de avance, sino en la capacidad de las instituciones para cumplir compromisos y evitar que el costo del progreso recaiga, una vez más, en quienes menos margen tienen para esperar.

En este punto, será interesante ver de lejos la responsabilidad de la oposición, que deberá debatir sobre una obra que ni priistas ni panistas, menos emecistas ni perredistas, lograron siquiera presentar como proyecto, para rechazarla o apoyarla con argumentos sólidos y bien fundados.

Nogales sigue avanzando contra viento y marea. Las vías se mueven, la obra continúa, y el tren del futuro ya está en marcha. La pregunta es si la ciudad logrará subirse a éste sin que, en el camino, se sigan cerrando carreteras y acumulando inconformidades. Porque el verdadero desarrollo no debería detener a la región para poder pasar hacia EEUU.

Gracias por su lectura. Puede seguirme en @mensajero34 @mensajerored @charla34abierta En FaceBook como Gilberto Armenta

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