Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
La corona de Fátima y la histeria colectiva de la derecha nacional
Martes 25 de noviembre de 2025
La coronación de Fátima Bosch como Miss Universo no solo encendió debates estéticos, sino delirios políticos. La oposición y la ultraderecha, en su naufragio narrativo, ven fraude hasta en un concurso de belleza.
Por principio de honestidad intelectual, declaro: no soy fan de los concursos de belleza. Siempre me han parecido vitrinas de cosificación donde se aplaude la estética, se minimiza la inteligencia y se disfraza de empoderamiento lo que suele ser marketing y espectáculo. Sin embargo, el debate en torno a la coronación de Fátima Bosch Fernández va mucho más allá de rímel, lentejuelas y pasarelas. La histeria colectiva que desató su triunfo no es sobre belleza… es sobre política.
Porque al parecer, en México ya no se puede ganar ni un reinado de primavera sin que alguien acuse a López Obrador, a la 4T o a la presidenta de manipular el resultado. Esta vez, la derecha y sus satélites mediáticos encontraron un nuevo “tronco salvavidas” del cual asirse mientras se hunden en su propio naufragio discursivo: Miss Universo.
¡Casi nada!
Si antes culpaban al gobierno de la falta de medicinas, de la inflación global o del clima, ahora también lo acusan de haber operado un fraude con tal de coronar a una mexicana y así —dicen— distraer al país de los graves problemas nacionales. Uno de ellos llegó al extremo de afirmar que esta victoria fue “una maniobra geopolítica” para reposicionar a México en el mundo. No sabemos si reír… o seguir riendo.
La oposición descubrió un nuevo género narrativo: la teoría conspirativa fashionista. Según esta versión, no fue el jurado internacional quien premió a Fátima, sino una mano invisible que desde Palacio Nacional movió las luces, maquilló el resultado y hasta eligió el vestido.
Eso sí, los mismos que hoy juran que hubo fraude en Miss Universo, ayer juraban que jamás hubo fraude electoral en México. Coherencia, le dicen.
Lo más fascinante no es que acusen fraude, sino lo que revela esa acusación: desesperación. Esa sensación del náufrago que, arrastrado por aguas turbulentas, busca aunque sea una rama para evitar hundirse. Una rama, un tronco, o una corona. Cualquier cosa les sirve para gritar: “¡Fraude!” y acusar a la Cuarta Transformación de los desastres del planeta.
Ironías del tiempo: aquellos que siguen sin poder explicar su ausencia de proyecto, su desconexión con las mayorías y su incapacidad para entender el nuevo clima político del país, ahora centran su batalla ideológica en un certamen de belleza.
Tal vez porque no pueden ganar elecciones, pretenden ganar certámenes, aunque sea desde Twitter.
La derecha mexicana ha descubierto que acusar “fraude” tiene efecto terapéutico. Parece aliviar su frustración. Pero cada vez que lo hace, termina exhibiendo lo que más pretende ocultar: que no tiene narrativa, ni causa, ni liderazgo. Que golpea a ciegas, como quien lanza piedras al aire con la esperanza de que alguna le pegue a alguien. Pero casi siempre, le pega… a ellos mismos.
Y es ahí donde el efecto bumerán entra en escena. Cada acusación estrafalaria los termina dejando como lo que son: opositores sin brújula, sin hilo conductor y ahora sin sentido del ridículo.
Al final, el país no se distrae con Fátima Bosch. Se distrae con los que, temerosos del vacío, han hecho del absurdo su estrategia.
Y si quieren seguir viendo conspiraciones en pasarelas, luces y coronas, están en su derecho.
Solo que la próxima vez, que al menos lo hagan con mejor vestuario.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
