Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Marcelo, industria y poder la apuesta económica que huele a 2030
Viernes 21 de noviembre de 2025
La política industrial de Marcelo Ebrard busca proteger sectores nacionales, generar empleos y fortalecer cadenas productivas. Pero también abre un frente electoral… y otro diplomático.
Cuando una política pública huele más a cálculo político que a estrategia económica, conviene observar no solo sus objetivos, sino sus consecuencias. Marcelo Ebrard ha decidido encabezar una nueva política industrial con sello nacionalista, protección arancelaria y promesa de generación masiva de empleos. Apuesta económica, sí. Pero también apuesta de poder.
El planteamiento parece claro: frenar la competencia desleal de países como China, recuperar manufacturas históricas —textil, calzado, metalmecánica, autopartes— y reconstruir cadenas de valor nacionales. Se trata de una sustitución de importaciones selectiva, que no busca aislar al país, sino blindar industrias estratégicas y dar oxígeno a sectores que fueron desplazados sin defensa alguna ante la apertura comercial. Sobre el papel, el plan tiene sus méritos: protección a industrias en declive, generación estimada de más de 50,000 empleos en 2026, impulso a economías regionales y fortalecimiento de la soberanía económica frente a disrupciones globales, como pandemias, guerras comerciales o tensiones geopolíticas.
El discurso es emotivo y políticamente rentable: proteger lo nuestro, recuperar la industria que alguna vez sostuvo al Bajío y al norte del país, y devolver empleo y dignidad a obreros desplazados por el tsunami asiático. Funciona bien ante cámaras, pero enfrenta preguntas incómodas: ¿proteger sectores equivale a hacerlos competitivos? ¿Se puede hablar de soberanía industrial sin hablar de innovación, infraestructura, logística y capacitación técnica? ¿Estamos defendiendo la producción o solo defendiendo la nostalgia?
Porque la otra cara de la moneda está ahí: los aranceles encarecen insumos y productos finales, empujando la inflación en un momento en que el gobierno presume estabilidad de precios. Además, esta medida puede despertar tensiones comerciales con Estados Unidos justo en la antesala de la renegociación del T-MEC. Una disputa panel contra México no solo sería costosa, sino políticamente explosiva.
La inversión extranjera directa —motor silencioso de la modernización económica mexicana— observa el panorama con cautela. La incertidumbre regulatoria, las señales proteccionistas y la falta de claridad sobre la política industrial de largo plazo pueden frenar decisiones de inversión en sectores estratégicos como automotriz, aeroespacial, dispositivos médicos o semiconductores. Y eso, justo en plena ola global de nearshoring, es más que un riesgo: es una paradoja.
Pero detrás del arancel está la estrategia. Para Ebrard, la política industrial es también un mensaje: no solo como secretario de estado, no solo como figura electoral, sino como arquitecto económico. Al liderar esta agenda visible y nacionalista, Ebrard adquiere protagonismo dentro del gabinete y, sobre todo, dentro del tablero sucesorio. Se coloca como defensor del empleo y de la industria nacional y, al mismo tiempo, como interlocutor político con gobernadores, cámaras empresariales, sindicatos y sectores productivos. No solo reparte protecciones: reparte identidad, expectativas… y lealtades.
Para Morena, esta política puede convertirse en narrativa electoral: “recuperar empleos”, “proteger lo nuestro”, “revivir la industria mexicana”. Es un discurso potente en estados obreros e industriales que han sentido el golpe de la globalización: Guanajuato, Puebla, Estado de México, Coahuila, Nuevo León, Sonora. Es discurso con aroma de voto.
Pero toda apuesta conlleva riesgo. Si los empleos prometidos no llegan, o si la inflación se dispara, la estrategia puede convertirse en boomerang político. Peor aún: si Estados Unidos o Canadá inician paneles de controversia por proteccionismo, el secretario-ministro-industrial podría terminar defendiendo en tribunales lo que hoy defiende en mítines.
No se trata solo de una política industrial. Es un ensayo. Económico, sí, pero también electoral. Una jugada de alto riesgo que busca reactivar fábricas… y reactivar liderazgo. Ebrard apuesta a que los fierros, las máquinas y los obreros pueden ser plataforma de poder. Si le sale bien, su discurso tendrá vigencia. Si no, será apenas una nota al pie en la historia industrial de México.
Una nota que, eso sí, nunca dejará de oler a 2030.
Me despido con un comercial: sintonicen a las 6:10 AM, “La Caliente” 90.7 FM., el colega y amigo José Ángel Partida me abre un espacio en su noticiero en el que comentaremos con más detalle esta columna. ¡No se lo pierdan!
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
