¿Cuál fue el pecado del Maloro?

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Columna Olor A Dinero

Feliciano J. Espriella

¿Cuál fue el pecado del Maloro?

Lunes 3 de noviembre de 2025

Las recientes críticas a Manuel “Maloro” Acosta parecen más movidas por viejos rencores que por razones políticas. No fue el mejor alcalde, pero tampoco el peor. Su “pecado” quizá sea seguir teniendo peso político.

En las últimas semanas he leído y escuchado más críticas contra Manuel “Maloro” Acosta que las que se vertieron durante su gestión al frente del Ayuntamiento de Hermosillo, de 2015 a 2018. Claro, en aquellos días tenía en sus manos el poder de la firma y el presupuesto, lo que siempre ayuda a suavizar los juicios.

No pretendo colocarlo en el pedestal de los mejores alcaldes que ha tenido la capital sonorense. Francamente, ni siquiera estaría en el top cinco. Pero también estoy seguro de que no figura entre los peores.

Entonces, ¿por qué tanto encono? El pretexto inmediato es su incorporación al Partido Verde, aunque ese motivo resulta bastante endeble. Ahí está el caso del diputado David Figueroa, quien también se afilió al PVEM sin recibir una andanada similar.

¿Será, como dicen algunas malas lenguas, que la animadversión proviene de un viejo priísta con influencias —de la era del tiranosaurio— por no haber apoyado la candidatura de su hija? En Sonora aún quedan quienes tienden alfombra roja a los caciques, incluso después de su retiro o fallecimiento.

Conviene recordar que uno de los ejes de la gestión de Acosta fue la inversión en infraestructura vial. Se reportaron 1.25 millones de metros cuadrados pavimentados o rehabilitados, equivalentes a unas 350 calles nuevas o remozadas, con una inversión superior a los 1,200 millones de pesos en dos años. No es poca cosa.

También se le reconoció por rescatar espacios públicos y mantener continuidad en programas urbanos. Tal vez no lo suficiente para provocar aplausos sangrantes, pero sí para reconocer un esfuerzo digno.

Además, es sabido que el “Maloro” es un operador político eficaz, y quizá esa sea la verdadera causa de los ataques: su potencial utilidad para el Verde y, por extensión, para la alianza gobernante. Los golpes, en ese caso, serían preventivos.

Dos argumentos se han usado para justificar las críticas.

Primero, el del “reciclaje político”. Algunos parecen recién llegados a México cuando se dicen sorprendidos por los exmilitantes del PRI y PAN que han transitado hacia Morena o sus aliados. Si el pragmatismo fuera pecado, habría que reabrir el infierno.

Segundo, el más delicado: la concesión del alumbrado público, medida impopular que la siguiente administración canceló. Aunque no se probaron irregularidades, se le atribuyó haber favorecido a empresarios de alto pedorraje. Su error, quizás, fue no haberse opuesto con más firmeza, pero difícilmente tenía la fuerza política para evitarlo.

Si acaso tuvo un pecado, fue la falta de arrestos para confrontar decisiones que olían mal. Pero más allá de eso, nadie ha demostrado que haya incurrido en deshonestidad.

No escribo esto para defenderlo, sino para poner las cosas en perspectiva. En el servicio público, Acosta ha mostrado capacidad y oficio, y eso, en tiempos donde la mediocridad abunda, ya es mucho decir.

En lo personal, no me cuento entre sus amigos, pero le tengo aprecio y simpatía. Lo conocí cuando dirigía el Instituto Sonorense de la Juventud y siempre me trató con amabilidad y respeto. Incluso me apoyó en varias ocasiones, algo que no olvido.

Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.

https://oloradinero.com/vernoticias2.php?artid=61991&cat=66

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