Dicen que cuando la perra es brava…

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Columna Olor A Dinero

Feliciano J. Espriella

Dicen que cuando la perra es brava…

Viernes 3 de octubre de 2025

Hasta a los de casa muerde. El viejo refrán popular retrata con precisión quirúrgica al inquilino de la Casa Blanca: Donald Trump, el hombre que convirtió al ICE en jauría y a los Estados Unidos en un corral de experimentos autoritarios. Porque lo que empezó como un espectáculo mediático de cacería contra migrantes indocumentados —mexicanos, latinos, árabes— hoy ya no respeta ni a los rubios de ojo azul que, ingenuamente, creyeron estar a salvo bajo la sombra del magnate naranja.

La “fuerza total”… que nadie entendió

Trump amaneció un día con la brillante idea de inventar un concepto militar: full force. Ni el Pentágono, ni el Estado Mayor Conjunto, ni el último recluta de Oregon sabían de qué diablos hablaba. Pero él, iluminado por su propio delirio, ordenó la “militarización total” de Portland, como si se tratara de Fallujah y no de una ciudad estadounidense. El resultado fue grotesco: agentes federales vestidos como villanos de película barata, sin placas ni nombres, levantando doctores, maestros, madres de familia. Una dictadura transmitida en vivo y en directo.

El enemigo: cualquiera que respire

Hasta hace poco la narrativa trumpiana era clara: los malos eran los inmigrantes, esos sospechosos habituales a quienes culpar de todos los males de la nación. Pero el guion cambió. Hoy, ICE y Homeland Security despliegan sus redes contra ciudadanos “de casa”, los mismos que hace unos meses vitoreaban al hombre que prometía “hacer grande a América otra vez”. Resulta que los nuevos terroristas domésticos, según Fox News, son estudiantes, ambientalistas, madres que protestan por escuelas seguras, incluso los famosos “blanquitos” que salen a reclamar la inflación de dos dígitos o la crisis de vivienda.

El reality show del caos

Trump gobierna como productor de un reality: crea la escenografía del apocalipsis, mete extras disfrazados de Antifa, recicla videos de disturbios de 2020 y ¡listo!, el guion está servido. Estados Unidos, dice, vive bajo ataque. ¿La solución? Él mismo, claro: el mesías armado con decretos ilegales y tropas desplegadas. El caos no es accidente, es la estrategia. Se vende la enfermedad para luego ofrecer la cura: obediencia total al caudillo.

De la cacería al ajuste de cuentas

La militarización no es solo contra migrantes o supuestos “vándalos”. Es también un garrote político. Qué coincidencia que los operativos se concentren en estados demócratas: California, Nueva York, Oregón, Illinois. Y qué casualidad que los gobernadores opositores sean retratados como villanos, con amenazas veladas de arresto por atreverse a llamarle “fascista”. Trump no tolera el disenso; su justicia es la vendetta personal, con acusaciones escritas a mano contra exfuncionarios y amenazas de cárcel a quien le estorbe.

Dictador en prácticas, aprendiz de Mussolini

El estilo es conocido: primero se inventa un problemón, luego se le cuelga la etiqueta de “amenaza a la patria” y finalmente se despliega la bota militar. Es el manual del autoritarismo de libro de texto, con un agregado made in Trump: el sarcasmo de reality, la propaganda de Fox News y el odio como combustible. No es ya el presidente que persigue a “los otros”, es el tirano que muerde incluso a los suyos.

El gran distractor

¿Y qué se esconde tras esta cortina de humo? Nada menos que los fracasos de su administración. Una inflación que pulveriza salarios, un sistema de salud que colapsa, millones sin vivienda digna. Pero de eso no se habla. Mejor culpar a los inmigrantes, a los demócratas, a los árabes, a los vecinos de Portland. Cualquiera sirve de enemigo con tal de que no se mire al verdadero culpable: el improvisado que juega a general sin haber leído un manual de estrategia.

Una advertencia con colmillos

El mensaje es brutal y simple: si el presidente muerde hasta a los suyos, ¿qué se puede esperar de quienes nunca estuvieron bajo su ala? El sueño americano se convierte en pesadilla autoritaria, con militares patrullando calles, ciudadanos detenidos como si fueran insurgentes, y un comandante en jefe que confunde la Casa Blanca con un set de televisión.

En conclusión, el dicho se confirma: cuando la perra es brava, no distingue. Y Trump, en su rabia por el poder, ya no diferencia entre migrantes, opositores o ciudadanos de casa. Todos son carne de su espectáculo. Lo peor: millones aún lo aplauden como si fuera el salvador. El problema no es solo el perro bravo, sino la jauría que lo sigue.

Me despido con un comercial: sintonicen a las 6:10 AM, “La Caliente” 90.7 FM., el colega y amigo José Ángel Partida me abre un espacio en su noticiero en el que comentaremos con más detalle esta columna. ¡No se lo pierdan!

Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima

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