Los gurús del periodismo y su prostitución informativa

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Columna Olor A Dinero

Feliciano J. Espriella

Los gurús del periodismo y su prostitución informativa

Miércoles 20 de agosto de 2025

Cuando el rigor se cambia por rumor y la ética se vende al mejor postor, la  credibilidad periodística termina revolcada en la cloaca del amarillismo.

En días recientes asistimos a un espectáculo digno de reality show político. Beatriz Gutiérrez Müller y su hijo Jesús Ernesto fueron convertidos en protagonistas de un sainete mediático que revela más sobre las carencias de nuestros “gurús” del periodismo que sobre la vida privada de la esposa de López Obrador.

Todo comenzó con una “exclusiva” del diario español ABC, aquel tabloide monárquico tan insidioso como Reforma en México. El texto aseguraba que Beatriz había decidido mudarse a Madrid, instalarse en el exclusivo barrio de La Moraleja y tramitar la nacionalidad española. De inmediato, como si se tratara de un coro bien ensayado, plumas que gozan de reputación en los círculos neoliberales repitieron el cuento: Joaquín López Dóriga, Mario Maldonado, Salvador García Soto, Ricardo Raphael, Sergio Sarmiento y, para cerrar con broche de oro, Ramón Alberto Garza desde Código Magenta.

Lo curioso no fue la crítica en sí —válida cuando existe sustento—, sino la falta total de rigor. Los mismos que suelen pavonearse como adalides del oficio, que en foros internacionales presumen la ética periodística como su segunda piel, se lanzaron con acusaciones lapidarias sin molestarse en corroborar un solo dato.

López-Dóriga celebró que Beatriz “hiciera bien” en aclarar, pero lamentó que no dijera nada de su trámite para jurar fidelidad al rey Felipe VI. Maldonado habló de contradicciones entre su nacionalismo y la vida de lujo, sospechando de recursos opacos. García Soto elucubró sobre la “responsabilidad ideológica” de mudarse al país al que criticó. Raphael dramatizó el costo de vida en La Moraleja, preguntando de dónde salen los recursos. Sarmiento, con su sello de “sensatez”, apuntó la incongruencia de quienes atacan a España y deciden vivir ahí. Y Garza, el más filoso, acusó mentira deliberada, comparó con Sahagún y cerró citando a ABC como si fuera la Biblia.

Todo muy contundente… hasta que la realidad les pasó por encima como locomotora: un modesto diario de Minatitlán, Veracruz, exhibió fotografías y testimonios de Beatriz en el aeropuerto local. Ahí, nada menos que en clase turista, fue vista con su hijo, acompañada por Sabina Berman y Laura Esquivel. Platicaron con ella durante una hora, la vieron abordar su vuelo rumbo a la Ciudad de México y la volvieron a encontrar en la sala de equipajes. No había Moraleja, ni mansión, ni Felipe VI: sólo la rutina de una viajera más.

El contraste es brutal: los grandes “profesionales” que se dan baños de rigor periodístico quedaron exhibidos por un pequeño diario veracruzano que hizo lo elemental: verificar. No se necesitó espionaje satelital ni filtraciones palaciegas, bastó estar presentes y contar lo que se vio.

Y es aquí donde la incongruencia cambia de bando. La de Beatriz, si acaso, es mínima —algunos podrán criticar su retórica nacionalista frente a un eventual interés por residir en España—. Pero la de quienes usaron un pasquín extranjero para lanzar ataques sin pruebas es monumental. Porque ellos sí tienen un compromiso explícito con el rigor, la verificación y la ética del oficio. Y lo violaron con entusiasmo.

Más que periodismo, lo suyo fue chisme de vecindario con membrete internacional. El error no fue publicar; el pecado fue amplificar sin comprobar. Y lo más grotesco: cuando la mentira se exhibió, ninguno de estos próceres del comentario pidió disculpas ni reconoció la metida de pata. Callaron, o peor aún, intentaron matizar, como si la credibilidad se pudiera reconstruir a base de silencios.

Al final, la moraleja —y no precisamente la de Madrid— es clara: los verdaderos desnudos en este episodio no son los de Beatriz y su hijo, sino los de una clase mediática que, en su desesperación por golpear, terminó autogolpeándose.

Y quizá, después de todo, lo único que sí nos queda por agradecer a ABC es que, con su falacia, logró exhibir de cuerpo entero la pobreza moral y el envilecimiento de un periodismo que presume rigor, pero ejerce rumor.

Por hoy fue todo, gracias por la tolerancia y hasta la próxima

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