Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Europa paga, Ucrania pierde, y Putin cobra
Lunes 18 de agosto de 2025
La cumbre Trump-Putin en Alaska dejó un empate insípido para las potencias, una derrota humillante para Europa y una goleada histórica para Ucrania. El tablero mundial se reacomoda: la OTAN asiste a su propio funeral y Trump sueña con un Nobel versión Alaska.
El tan anunciado encuentro entre Donald Trump y Vladimir Putin finalmente tuvo lugar el viernes en Anchorage, Alaska. Como ya se sabía desde antes de que se abordaran los aviones, no hubo acuerdos sobre un alto al fuego ni sobre el fin de la guerra en Ucrania.
Lo que sí quedó claro es que la llamada “cumbre de Alaska” marca un reacomodo brutal del tablero mundial: el acta de defunción de la OTAN como árbitro del orden global. El resultado, dicho en términos deportivos, fue un gris empate a ceros entre Rusia y Estados Unidos; una paliza de 5–0 a Europa, que gastó más de 100 mil millones de euros en la guerra y ni siquiera fue invitada a sentarse en la mesa; y una goliza humillante de 10–0 para Ucrania, convertida en simple espectadora de su propio destino. A como pinta la cancha, Kiev tendrá que tragarse la derrota: ceder territorios a Putin y olvidarse del sueño de ingresar a la OTAN.
En resumen, Europa quedó como la porrista cara y malhumorada, y Ucrania como el equipo que pierde, paga el uniforme y además recoge los balones.
Detalles de la reunión y participantes
El encuentro se prolongó casi tres horas en una base militar de Alaska. Trump llegó flanqueado por el senador Marco Rubio, reciclado como halcón de ocasión en política exterior, y por Steve Witkov, asesor de seguridad nacional, debutante en estas grandes ligas. Putin, por su parte, se hizo acompañar de Serguéi Lavrov, su incombustible canciller, y de Yuri Ushkov, su consejero diplomático de cabecera.
Al concluir, en conferencia de prensa, Trump agradeció a Putin y aseguró que quedaron “pocos temas sin resolver”, aunque terminó reconociendo que no existe un acuerdo definitivo. Putin, más pragmático, calificó la reunión como “productiva” y lanzó la invitación para que el próximo capítulo de esta telenovela se grabe en Moscú, supuestamente con miras a la paz en Ucrania.
Claro que, visto el inusitado optimismo de ambos, cualquiera diría que esperan que Ucrania y las naciones europeas se queden quietecitas, sin presionar ni meter intrigas. Lo cual, francamente, es como esperar que un árbitro no marque faltas en una final de Champions.
Paralelismo del contexto actual con la posguerra
Todo esto nos remite inevitablemente a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Roosevelt, Churchill y Stalin se repartieron a Europa como si fueran fichas de dominó… sin pedirle opinión a los países que les tocaba en el mapa. La actual exclusión de Europa y de la OTAN en la negociación sobre Ucrania no es más que la reedición de aquella vieja lógica: los grandes deciden, los demás asienten.
La diferencia es que, en aquella ocasión, Europa formaba parte de las potencias ganadoras; hoy, en cambio, aparece marginada y sin voz en la mesa. Y como niño al que le arrebatan la paleta, Bruselas, Berlín y París reaccionaron con berrinche y frustración ante la exclusión de la cumbre y la negociación directa entre Washington y Moscú.
Claro que tampoco les falta razón: Europa ha invertido una montaña de recursos en la guerra de Ucrania, pero no recibe ni asiento en la mesa ni promesa de beneficios. Es como pagar la cena, quedarse sin postre y, encima, tener que lavar los platos.
Los verdaderos ganones
Aunque el marcador oficial de la reunión se pueda leer como un insípido empate a ceros, visto con lupa sí hubo triunfadores. O, en términos más coloquiales, hubo “ganones”.
Putin, sin discusión, se lleva la medalla de oro: impuso sus condiciones, amplió su influencia global y lo hizo sin disparar un solo tiro adicional. Un triunfo redondo, sin despeinarse y con sonrisa de póker.
Trump, en cambio, juega otra liga. No se va con las manos vacías: se vende como “pacificador” y posa ante las cámaras como si ya estuviera escribiendo el discurso de aceptación de un Nobel de la Paz… versión Alaska. En realidad, lo que se lleva es materia prima para sus mítines y tuits, combustible electoral disfrazado de diplomacia. Porque si algo sabe Trump, es vender humo envuelto en banderas y hacerlo pasar por un tratado histórico.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima