Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Soberanía energética: entre el mito y la deuda
Viernes 8 de agosto de 2025
El pasado martes, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó un proyecto sumamente ambicioso para Pemex. Se trata, en esencia, de rescatar a la petrolera y, al mismo tiempo, reorientarla hacia proyectos de energía verde. Aunque la empresa siga llamándose Petróleos Mexicanos, las nuevas iniciativas no estarán necesariamente ligadas a los hidrocarburos, sino a fuentes alternativas de energía.
Es un intento más —de los muchos que se han realizado a lo largo de la historia— por devolverle viabilidad a la que ha sido la empresa más grande e importante del país. Una viabilidad que fue sistemáticamente obstruida por la rapiña de los gobiernos neoliberales, que durante sexenios se dedicaron a saquearla impunemente desde el poder.
Desde que Lázaro Cárdenas decretó la expropiación petrolera en 1938, el petróleo fue elevado en México a categoría de símbolo patrio, de emblema de soberanía. Se nos enseñó que el “oro negro” no solo generaba riqueza, sino que representaba independencia frente al extranjero. Décadas después, esa narrativa sigue viva, pero erosionada por una realidad que la contradice: la soberanía energética, lejos de consolidarse, ha sido hipotecada una y otra vez al vaivén de intereses políticos, deudas impagables y promesas sin cumplir.
Durante mucho tiempo, el petróleo fue el pilar financiero del Estado mexicano. En los años setenta y ochenta, el boom petrolero dio lugar a una falsa sensación de abundancia que terminó en crisis, endeudamiento y ajustes estructurales. Más recientemente, bajo gobiernos tanto priistas como panistas, los ingresos petroleros fueron dilapidados en gasto corriente, mientras se dejaba caer la producción y se descuidaban las inversiones en refinación.
Para colmo, se prefirió endeudar a Petróleos Mexicanos (Pemex) hasta convertirlo en una de las petroleras más endeudadas del mundo. Hoy, Pemex debe más de 100 mil millones de dólares y apenas puede cubrir los intereses de esa deuda. Así que, si de soberanía hablamos, habría que preguntar: ¿puede un país ser soberano cuando su principal empresa energética está técnicamente quebrada?
El discurso reciente ha intentado revivir la retórica nacionalista. Se habló de “rescatar” a Pemex, de devolverle su papel estratégico y de apostar nuevamente por la autosuficiencia energética. Se construyó una nueva refinería, Dos Bocas, que aún no produce al ritmo prometido. Se fortaleció la presencia del Estado en la industria energética y se redujo el margen de acción del sector privado. Pero en los hechos, el modelo energético mexicano sigue siendo profundamente dependiente: de importaciones de gasolina, de deuda internacional, de tecnología extranjera y de precios globales del crudo.
Mientras tanto, el mundo se mueve hacia otro paradigma: las energías limpias, la eficiencia energética, la descarbonización. Países como Noruega, que también tienen petróleo, lo han convertido en trampolín hacia un futuro sustentable. México, en cambio, insiste en una visión fósil del desarrollo. Invertimos miles de millones en refinerías mientras los autos eléctricos y la energía solar se multiplican por todo el planeta. Es como construir carreteras de terracería en la era del tren de levitación magnética.
Esto no significa que el petróleo deba ser abandonado de inmediato. México aún puede aprovechar sus reservas para fortalecer sus finanzas y desarrollar capacidades tecnológicas. Pero eso solo será posible si se administra con visión de largo plazo, transparencia y responsabilidad. Y si se entiende que la verdadera soberanía energética no está en repetir slogans de los años cuarenta, sino en garantizar el acceso universal, limpio y asequible a la energía para todos los mexicanos.
Porque no hay soberanía sin transición energética. Y no hay transición posible sin planeación, sin inversión estratégica y sin romper con el modelo clientelar que ha caracterizado al sector energético durante décadas. Los megaproyectos pueden generar titulares, pero si no se integran en una política pública integral, están condenados a ser elefantes blancos.
Hoy, cuando el cambio climático, la geopolítica global y la revolución tecnológica redefinen el tablero energético del planeta, México no puede seguir atrapado en un modelo que huele más a pasado que a petróleo. La soberanía, como la energía, no debe quedarse en discursos. Hay que construirla con hechos, con responsabilidad fiscal, con innovación y con visión de futuro.
Si queremos que nuestros hijos y nietos vivan en un país realmente soberano, empecemos por redefinir qué significa hoy esa palabra. Y aceptemos que el petróleo, por sí solo, ya no es suficiente para sostenerla.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.