Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Ayer supermillonario… hoy, chinche riquillo.
Lunes 30 de junio de 2025
Hubo un tiempo —no hace tanto— en que Ricardo Salinas Pliego caminaba entre los dioses del Olimpo neoliberal con un aura de poder casi místico. En el panteón de Forbes, su nombre brillaba con los trece mil millones de dólares que lo blindaban de cualquier incomodidad terrenal. Dueño de un emporio mediático, financiero y comercial, se paseaba por la opinión pública con la arrogancia del que se cree eterno. Pero, como suele pasar con los ídolos de pies de mármol fiscal, al magnate le está llegando la hora… la hora de pagar.
Y no hablamos de pagar con aplausos o “likes” desde su cuenta de X. No. Hablamos de billete. De pesos. De 74 mil millones de pesos, para ser exactos, que el Servicio de Administración Tributaria le está cobrando luego de 16 años de litigios, argucias, recusaciones, recursos, aplazamientos, trampas legales y demás maromas que solo ejecuta quien tiene el dinero, el tiempo… y la desfachatez.
A estas alturas, si uno hace una sencilla operación matemática —que no requiere doctorado en Harvard ni asesor fiscal en Panamá—, al patrimonio que Forbes aún le atribuye (unos 14 mil millones de dólares), hay que restarle el pequeño detalle de su deuda con el fisco. Convertidos los 74 mil millones de pesos en dólares, la fortuna de don Ricardo se tambalea por debajo de la línea que internacionalmente distingue a un millonario de un… digamos, “empresario promedio con aspiraciones”. En otras palabras: ayer supermillonario… hoy, chinche riquillo.
La presidenta Claudia Sheinbaum lo soltó con claridad en su conferencia: Grupo Salinas no quiere pagar impuestos y, en su negativa, ha encontrado en la reforma judicial un nuevo blanco para seguir haciéndose la víctima. La procuradora fiscal, Grisel Galeano, detalló que los 74 mil millones de pesos se reparten en 32 juicios abiertos, algunos arrastrados desde 2008. Tres de esos juicios en la Suprema Corte suman más de 26 mil millones de pesos. Otros tres, con proyectos de sentencia en camino, se acercan a los 35 mil millones. O sea, solo con esos seis casos ya tenemos casi la totalidad del adeudo. Y eso sin contar los años de maniobras que, por lo visto, no le han salido gratis al país.
Y, claro, el magnate no se ha quedado callado. Desde sus plataformas acusa “extorsión fiscal”, “acoso sistemático”, “presión política”, “atentado contra la libertad de expresión” y toda la retahíla de términos que suelen usar los poderosos cuando alguien osa pedirles que cumplan la ley como cualquier hijo de vecina. Con la típica narrativa del mártir multimillonario, el comunicado de Grupo Salinas deja claro que el problema no es la deuda —esa, para ellos, no existe—, sino el “autoritarismo” de un Estado que, ¡qué atrevimiento!, quiere cobrarles impuestos.
¿No les parece curioso que cada vez que el SAT aprieta, el acusado se declare víctima política? ¿No es llamativo que una deuda fiscal de más de 70 mil millones de pesos sea presentada como un problema de libertad de expresión? ¿Qué clase de libertad defienden los que nunca se han visto limitados por nada, salvo por su propio desprecio a la justicia fiscal?
El “modus operandi” de este grupo —porque no se trata de un solo hombre, sino de una maquinaria— ha sido un caso de estudio: interponen recursos sin cesar, recusan a jueces cuando la sentencia no les favorece, declaran impedimentos absurdos, y hacen todo lo posible para que los casos se eternicen. En total, suman más de 70 recursos distintos solo en tres casos específicos. Lo que han hecho no es defenderse: es sabotear al sistema desde dentro, usando las propias herramientas del Estado para burlarse de él.
Y así, mientras cualquier contribuyente común se enfrenta a auditorías, embargos o cárcel por deudas infinitamente menores, Salinas Pliego se permite pontificar sobre moral pública desde su púlpito digital. Solo que ahora, el “intocable” parece tener los días contados. La nueva conformación de la Suprema Corte, que entrará en funciones el 1 de septiembre, podría marcar el fin de la era de la impunidad fiscal a gran escala.
Por eso, más que indignación, lo que provocan estas cifras es júbilo. Júbilo porque, por primera vez en mucho tiempo, hay señales de que el Estado se sacude el miedo de cobrarle al que más debe. Júbilo porque ver a uno de los grandes intocables tambalearse —aunque sea un poco— nos recuerda que el Estado de derecho aún puede recuperar el aliento. Y júbilo porque, si las cuentas cuadran como deberían, pronto Ricardo Salinas Pliego podría dejar de aparecer en el ranking de los millonarios del mundo… y empezar a figurar en la lista de los deudores pagadores de México.
Y eso, en un país acostumbrado a perdonar a los de arriba y exprimir a los de abajo, ya es ganancia.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima