Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Anarquía en el gallinero
Lunes 9 de junio de 2025
Las redes sociales ardieron, Wall Street tembló (o estornudó), y los memes alcanzaron velocidad de escape: Donald Trump y Elon Musk se declararon la guerra. No en Ucrania ni en Gaza, sino en el patio trasero del ego, donde los caudillos del siglo XXI resuelven sus diferencias a golpe de tuit, amenaza velada y desplantes de reality show.
Uno, expresidente con ínfulas de emperador bizantino; el otro, magnate con alma de troll libertario. Ambos, multimillonarios con seguidores fanatizados y una inclinación peligrosa por dinamitar reglas. Si el siglo pasado tuvo a Churchill y Stalin, este siglo nos da a Musk y Trump, envueltos no en geopolítica seria, sino en un duelo de egos con consecuencias globales.
El principio del fin del bromance
Todo comenzó cuando Musk dejó de simular simpatía por Trump y empezó a coquetear públicamente con la idea de un tercer partido. Trump, fiel a su estilo, reaccionó como quinceañera traicionada en fiesta de cumpleaños: con insultos, indirectas y promesas de venganza. Lo llamó “desequilibrado”, “empresario de papel” y sugirió que sin los subsidios federales, Musk no sería más que “otro vendedor de humo con complejo de Dios”.
Musk, por su parte, no se quedó atrás. En su cuenta de X —antes Twitter, ahora extensión de su ego— insinuó que Trump era “incapaz de entender el futuro” y lo comparó con “una versión naranja de Hugo Chávez, pero sin carisma.” Entre guiños a DeSantis y flirteos con el libertarianismo digital, dejó claro que el expresidente es un “producto obsoleto que ya caducó”.
¿Y qué tiene que ver esto con la economía?
Mucho. Porque la economía gringa —y por extensión, la mexicana— no solo se mueve por tasas de interés o inflación: se sacude con los berrinches de sus poderosos. El enfrentamiento entre Trump y Musk es una grieta en el corazón del capitalismo estadounidense. Por un lado, un político dispuesto a estatizar a punta de arancel; por el otro, un empresario obsesionado con desregularlo todo, incluso la gravedad.
De escalar esta pugna, podríamos ver un boicot informal a Tesla por parte de los votantes MAGA (Make America Great Again), ataques judiciales contra SpaceX por “temas de seguridad nacional”, o incluso sabotajes tecnológicos camuflados como auditorías. Musk, no lo olvidemos, depende de licencias, contratos militares y cielos complacientes. Trump no olvidará tampoco que SpaceX y Starlink podrían ser la palanca de control para el próximo conflicto global.
Y aquí viene México, una vez más, como la piñata del pleito ajeno. Si Musk se ve presionado, podría congelar inversiones como la famosa gigafactory de Nuevo León, ahogando de paso la narrativa “nearshoring” del gobierno mexicano. Y si Trump vuelve al poder, las amenazas de imponer aranceles al acero, los autos o las remesas podrían reactivarse al ritmo de su bilis mañanera. Entre los golpes de comadres, el que termina con la cara hinchada suele ser el vecino.
¿Quién pierde más en este pleito?
Trump arriesga más políticamente. Musk puede perder dinero (tiene de sobra) o contratos (ya le han quitado algunos), pero su figura de “genio rebelde” lo protege frente a la opinión pública más techie. Trump, en cambio, necesita urgentemente mantener el culto a su figura sin fracturas. Si los empresarios comienzan a voltear bandera, su regreso a la Casa Blanca se complica.
Sin embargo, Musk también camina en la cuerda floja. Su reputación empresarial depende de parecer visionario, no vengativo. Si su cruzada contra Trump se percibe como una vendetta personal, podría alienar a accionistas, socios estratégicos y hasta a los chinos, que siguen fabricando piezas clave para sus autos eléctricos. Recordemos que Xi Jinping no tiene paciencia para los multimillonarios que juegan a ser dioses.
Entre “pelucas” y “píldoras rojas”
Las joyas verbales no han faltado. Trump se burló del pelo de Musk, sugiriendo que “ni con toda su tecnología puede hacerse uno decente”. Musk respondió con un meme donde Trump aparece tomándose la “red pill” mientras se derrite en un jacuzzi de fake news. La discusión, lejos de enaltecer el debate democrático, se ha convertido en una pelea de vecindad con millones de dólares en juego y consecuencias geopolíticas impredecibles.
¿La pelea del milenio? Tal vez. ¿Una tragicomedia de nuestro tiempo? Sin duda. Porque cuando los dueños del poder se agarran del chongo, el mundo entero se pregunta: ¿quién cuida la tienda mientras estos dos se insultan?
Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
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