Columna Olor a Dinero
Feliciano J. Espriella
La Reforma Fiscal ¿Cuándo?
Jueves 17 de julio de 2025
México vive una contradicción tan antigua como persistente: exigimos más del Estado, pero sin estar dispuestos a financiarlo. Y aunque la recaudación ha mostrado incrementos constantes en los últimos años, sigue sin ser suficiente para responder a las crecientes obligaciones del gobierno federal. Tarde o temprano, la pregunta obligada volverá a tocar la puerta de Palacio Nacional: ¿cuándo habrá una verdadera reforma fiscal?
Hoy, la presión sobre las finanzas públicas es evidente. La nueva administración federal, encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum, hereda no solo un ambicioso paquete de programas sociales que ha adquirido carácter permanente —como la pensión para adultos mayores, las becas educativas y las ayudas al campo—, sino también una estrategia de inversión en infraestructura que, aunque necesaria, es de altísimo costo. Basta enumerar proyectos como los corredores transístmicos, los nuevos ferrocarriles del sureste y la modernización de la red carretera nacional para entender que se está apostando al crecimiento con gasto público como motor inicial.
Pero esa apuesta tiene un límite: el dinero. Y el margen de maniobra, que ya era estrecho, se reduce aún más en un contexto de incertidumbre económica internacional, volatilidad cambiaria y amenazas arancelarias provenientes del vecino del norte.
Sí, México ha mejorado sus ingresos tributarios. El SAT ha fortalecido sus capacidades de fiscalización y control. La eliminación de privilegios fiscales y la ampliación de la base tributaria han sido logros que vale la pena reconocer. Sin embargo, el país sigue siendo uno de los miembros de la OCDE con menor carga tributaria en relación al Producto Interno Bruto. Mientras que el promedio en esa organización supera el 33% del PIB, México apenas rebasa el 16%.
Esta brecha no es menor. Refleja, por un lado, una estructura tributaria regresiva, con fuerte dependencia del IVA y de los ingresos petroleros, y por otro, una evasión y elusión fiscales todavía elevadas, sobre todo en los sectores informales y de altos ingresos.
La gran reforma fiscal, esa que permita aumentar la recaudación de manera sostenible y equitativa, es ineludible si se quiere preservar la estabilidad de las finanzas públicas sin recurrir al endeudamiento excesivo o al recorte de programas sociales.
Pero que sea necesaria no significa que sea inmediata. Hoy por hoy, el entorno económico no es el más favorable. Las señales de desaceleración mundial, el estancamiento de algunos indicadores domésticos y las amenazas arancelarias por parte de Estados Unidos —que se han convertido en una herramienta recurrente de presión política y económica— agregan un factor de incertidumbre adicional al panorama. Una reforma fiscal mal planteada o mal cronometrada podría inhibir la inversión, generar ruido en los mercados o provocar rechazo social.
Por eso, en mi opinión, el mejor momento para impulsarla no es ahora, pero tampoco puede dejarse para el final del sexenio. De postergarse más allá de 2028, las posibilidades de su aprobación disminuirán dramáticamente conforme se acerque la sucesión presidencial.
Si las condiciones económicas mejoran, lo más sensato sería realizarla antes de las elecciones intermedias de 2027. Ese momento ofrece una ventana política de oportunidad: con una mayoría legislativa aún fresca, con legitimidad electoral reciente y sin el ruido de la competencia por la presidencia, el gobierno tendría capital político para enfrentar los inevitables costos de una reforma de gran calado.
Por supuesto, no se trata solo de aumentar impuestos. Una reforma fiscal seria debe ser integral: combatir la evasión, simplificar el sistema, dar certidumbre jurídica, incentivar la formalidad y distribuir mejor la carga tributaria. También debe ir acompañada de un compromiso de transparencia y eficiencia en el gasto público. La ciudadanía está dispuesta a contribuir más… siempre que sepa que su dinero no se va por las coladeras de la corrupción, el despilfarro o la ineficiencia.
El proyecto económico de la presidenta Sheinbaum tiene visión, pero requiere bases sólidas. El país no puede seguir caminando con un sistema fiscal propio del siglo pasado mientras enfrenta retos de una economía del siglo XXI. Tarde o temprano, el tema volverá a estar en el centro del debate.
Y cuando eso ocurra, la verdadera pregunta no será si se hace o no, sino si se hace con justicia, con visión de largo plazo y, sobre todo, a tiempo.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima