Fotomultas: un “flashazo” que puede salvarle la vida a Hermosillo

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Columna Olor A Dinero

Feliciano J. Espriella

Fotomultas: un “flashazo” que puede salvarle la vida a Hermosillo

Miércoles 16 de julio de 2025

En Hermosillo manejamos con la misma temeridad con que asamos carne en pleno verano: a fuego alto y sin medir consecuencias. No lo digo yo; lo dicen los números. La capital sonorense encabeza, desde hace años, los rankings nacionales de siniestralidad vial. Tan sólo en 2024 se registraron más de 1,400 accidentes en los bulevares Solidaridad y Luis Donaldo Colosio, los dos puntos más peligrosos de la ciudad. Cada semana la prensa local reporta atropellamientos, carambolas y funerales prematuros.

Por eso celebro que el Cabildo haya aprobado la puesta en marcha del programa de fotomultas, con periodo de prueba a partir del 1º de agosto y sanciones formales desde el 1º de enero de 2026. No es una ocurrencia recaudatoria; es una obligación moral en una urbe que, a fuerza de indiferencia, se ha ganado una reputación letal frente al volante.

¿Funcionan las cámaras?

La evidencia –nacional e internacional– demuestra que sí. En la CDMX, el viejo esquema de fotomultas redujo 17.6 % los siniestros viales antes de evolucionar al actual programa de Fotocívicas. Estudios del Congreso capitalino citan además reducciones de 52 % en Guadalajara y de 88 % en Puebla tras la instalación de radares de velocidad. Si cruzamos el Atlántico, el Programa Nacional de Cámaras de Seguridad Vial del Reino Unido documentó 32 % menos muertes en los sitios donde se colocaron dispositivos fijos; siete años después de su arranque, la velocidad promedio cayó 10 % y el riesgo de lesiones fatales bajó 19 %.

Un caso nacional reciente: Querétaro. Allá aplicaron más de 17,000 infracciones de movilidad en 2024, sobre todo en la Carretera 57. Resultado: descensos sostenidos de choques fatales y, de paso, un crucero peatonal seguro financiado con lo recaudado.

La ruta crítica

Hermosillo arranca con ventaja: desde ahora se anuncia un periodo de marchas blancas –amonestaciones sin multa– para que el conductor se acostumbre a ver el parpadeo del flash como un recordatorio, no como una trampa. Además, la ubicación de cada cámara debe publicarse en el portal municipal junto con los criterios técnicos que la avalan: flujos vehiculares, historial de siniestros y estudios de velocidad. Esa transparencia desarma el argumento de que “todo es negocio” y refuerza el verdadero objetivo: salvar vidas.

Las críticas de cajón… y cómo desmontarlas

1.         “Es puro afán recaudatorio”. Si fuera así, no existiría el periodo de prueba sin sanción; tampoco la obligación –que debe quedar en reglamento– de destinar al menos 50 % de los ingresos a infraestructura segura: banquetas, ciclovías y campañas de educación vial.

2.         “Es un Big Brother que invade la privacidad”. En realidad, la foto se limita a registrar placas y velocidad. No persigue a la suegra ni fisgonea chismes; documenta un probable delito que, de otro modo, terminaría en un hospital o en una funeraria.

3.         “Los ricos pagan y siguen corriendo”. Cierto… si se quedan sólo las multas. Pero existe la posibilidad de copiar el modelo de puntos que castiga la reincidencia retirando licencias, como ya ocurre en CDMX con Fotocívicas. Emular ese esquema –o incrementar el monto progresivamente– evita que el adinerado trate la infracción como propina.

Datos locales que no admiten demora

La organización “Hermosillo ¿Cómo Vamos?” calcula que la velocidad es factor en más de la mitad de los siniestros graves registrados entre 2020 y 2024, con picos de hasta 1,465 incidentes en un solo bulevar. El costo humano se refleja en las guardias nocturnas de urgencias y en los ataúdes, pero también en la factura económica: invalidez, rehabilitación, litigios, tiempo perdido. Según la OMS, cada 1 % de aumento en velocidad media resulta en 4 % más de muertes. La inversa es igualmente cierta: bajar 5 km/h salva decenas de vidas al año.

¿Y si lo vemos como inversión?

Quien argumenta que “fotomulta es impuesto disfrazado” olvida que la siniestralidad drena recursos públicos: ambulancias, patrullas, juzgados, indemnizaciones. Cada peso gastado en prevención se multiplica en ahorros hospitalarios y productivos. Londres calculó un retorno social de ocho libras por cada libra invertida en cámaras de velocidad; Hermosillo, con su escala, podría replicar esa proporción.

Llamado final

Un programa de fotomultas no es varita mágica; exige mantenimiento, calibración y auditoría ciudadana. Pero esperar a que todos manejen con prudencia por puro civismo es, francamente, apostar por el milagro.

Celebremos entonces que el Ayuntamiento opte por la estadística y no por la inercia. Que las cámaras disparen luz antes de que los autos disparen tragedias. Que el próximo ranking en el que aparezca Hermosillo sea el de las ciudades que hicieron de la seguridad vial un asunto de Estado… y de sentido común.

Porque, a fin de cuentas, la fotomulta más cara no es la que llega al buzón; es la que nunca se impone y termina costando una vida.

Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.

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