Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Ni todo está perdido… ni todo está acabado
Lunes 7 de julio de 2025
En tiempos de desaliento, vale la pena recordar que aún hay motivos para creer. Esta columna responde, desde la experiencia y la esperanza, a quienes piensan que ya no queda nada por decir… ni por intentar.
Hace unos días, como acostumbro por las mañanas, envié una imagen con una frase de aliento inspirada en el poema “Si” de Rudyard Kipling. Ese texto inmortal, que nos invita a mantener la cabeza fría cuando todos la pierden, a resistir cuando el cuerpo flaquea, y a seguir adelante cuando ya no queda nada salvo la voluntad, me pareció un buen recordatorio de lo que somos capaces de hacer incluso en tiempos oscuros.
Tuve muchas respuestas breves y positivas. Sin embargo, un querido amigo —de esos viejos amigos con los que compartimos generación, memorias y silencios— me respondió con un mensaje cargado de desánimo. Me preguntó por qué insistía ahora en ser “filósofo” y “romántico”, si sabía que el mundo ya no escucha, que los tiempos están podridos y que, para muchos, la maldad no tiene redención. “Si yo escribiera algo todos los días, pondría simplemente una palabra: FIN”, me dijo. Y aunque terminó evocando una frase suya —“no se necesita ganar para ser un triunfador”—, su mensaje destilaba agotamiento, una suerte de cansancio existencial.
Lo comprendí. Quizá su reacción sea un reflejo del peso de los años. O tal vez es sólo una herida abierta por ver cómo el mundo que conocimos se descompone ante nuestros ojos. Lo cierto es que su comentario me hizo pensar. No sólo en él, sino en tantos otros que han bajado los brazos, que creen que ya todo está dicho, que la esperanza es ingenuidad y que la bondad es cosa de ilusos.
Por eso escribo hoy esta columna. Para decir, con el mismo respeto con el que respondí a mi amigo, que yo no escribo para cambiar el mundo entero, sino para recordarme -y recordar a quien aún quiera escuchar- que no todo está perdido… ni todo está acabado.
Porque todavía hay gestos de solidaridad en medio del caos. Todavía hay jóvenes que eligen servir, aunque podrían rendirse al cinismo. Todavía hay madres que educan con ternura, médicos que curan con vocación, maestros que enseñan con pasión, campesinos que siembran con fe, y ciudadanos que, en silencio, resisten a la tentación de la corrupción, del odio, del desprecio.
No, no se trata de negar la realidad. El dolor, la injusticia y la violencia están ahí, todos los días. Pero elegir ver sólo la podredumbre es también una forma de renunciar. Y yo, por ahora, no me rindo. Porque todavía creo —quizá como creía Kipling cuando escribió su poema— que el ser humano, incluso en sus horas más bajas, puede volverse a levantar.
¿Idealismo? Tal vez. ¿Romanticismo? Puede ser. Pero no por ingenuidad, sino por convicción. Porque si uno tiene la opción entre sembrar esperanza o difundir desesperanza, yo prefiero lo primero. Porque ya hay demasiados profetas del desastre, demasiado ruido y demasiada gente que goza esparciendo veneno.
Y porque, además, escribir con fe en el ser humano no es un acto de negación, sino de afirmación. Afirmo que somos más que nuestros errores. Afirmo que la bondad todavía respira en muchos rincones. Afirmo que incluso quien ha vivido ochenta años tiene derecho a asombrarse, a inspirarse, a confiar.
Yo también he visto lo peor de la condición humana. He visto corrupción disfrazada de poder, egoísmo vestido de éxito y violencia con uniforme. Pero también he sido testigo de actos de amor desinteresado, de resistencias silenciosas, de personas que, sin pedir aplausos, viven con dignidad y siembran luz.
Por eso escribo. Por eso insisto. Y si sólo una persona, al leer una de mis frases matutinas, sonríe o recuerda que todavía vale la pena seguir, entonces mi esfuerzo no será en vano.
No me mueve la vanidad ni el deseo de moralizar. Me mueve la necesidad —tal vez vital— de no dejar que la amargura gane por default. Porque si bien hemos vivido largo, no hemos dejado de aprender. Y una de las grandes lecciones de la vida es que rendirse al desencanto es fácil… pero resistir, creer y mantener la mirada limpia, ése sí es un triunfo. Y uno de los grandes.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima