Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Cien días de incertidumbre y angustia
Jueves 1 de mayo de 2025
Esta semana, específicamente el martes, se cumplieron los primeros cien días del segundo mandato de Donald Trump al frente de la que aún es considerada —aunque cada vez más a debate— la nación más poderosa del planeta. Digo “aún” porque la frase que Trump usó como eslogan de campaña —Make America Great Again— suena cada vez más vacía frente a los resultados de su gobierno.
A la luz de los acontecimientos recientes, no sólo se aleja la posibilidad de que Estados Unidos retome el liderazgo que alguna vez ejerció con autoridad, sino que se acorta el tiempo para que China termine por arrebatarle la supremacía económica global. El imperio estadounidense muestra signos de agotamiento, y su máximo representante parece más interesado en jugar a la provocación que en ejercer el cargo con responsabilidad.
La incertidumbre que generó su regreso a la Casa Blanca, hoy se ha transformado en un sentimiento más profundo: la angustia. Angustia entre aliados internacionales, entre empresarios, analistas, medios y sectores que empiezan a resentir —de manera tangible— las consecuencias de un liderazgo centrado en la egolatría, la revancha política y el uso incendiario del poder.
Porque si algo ha caracterizado estos cien días, es la obsesión de Trump por deshacer todo lo que no lleva su firma. Y en ese afán, ha desatado una nueva guerra comercial, ha tensionado las relaciones con China, con Europa y hasta con sus vecinos del sur, mientras presume que con sus “grandes” decisiones está salvando a América.
Si no fuera por lo trágico que puede resultar para millones de personas una recesión de carácter global —cada vez más probable— podríamos tomar como comedia estos primeros cien días. Habría material de sobra para convertir a Trump en el bufón del año. Y no me parece exagerado: en apenas tres meses, las burlas, memes y escarnios públicos dirigidos hacia él superan por mucho a los de cualquier otro líder político en funciones.
Pero detrás del show hay datos concretos que preocupan. La inflación en Estados Unidos repuntó en marzo según el deflactor PCE, la medida favorita de la Reserva Federal, alcanzando una tasa del 2.3% interanual, por encima del 2.2% previsto. Ese mismo día, se confirmó una contracción del Producto Interno Bruto de -0.3% durante el primer trimestre de 2025. La reacción de Wall Street fue inmediata: caída generalizada, incertidumbre creciente.
A pesar de ello, Trump continúa en su universo paralelo, festejando éxitos que sólo él percibe. Ayer, durante el evento Invertir en América, en lugar de atender el nerviosismo económico, se dedicó a culpar —de nuevo— a la administración anterior, asegurando que heredó un “desastre económico” y que su gobierno ha comenzado a revertirlo en tiempo récord.
Con la seguridad de quien se cree infalible, Trump declaró que estos 100 días han sido “los más trascendentales en la historia del país”. Aseguró que se ha producido un crecimiento económico “sin precedentes” y presumió una cifra de más de 2 billones de dólares en nuevas inversiones desde el 5 de noviembre. Anunció, incluso, que su meta es superar los 8 billones a final de año.
La pregunta obligada es: ¿quién le cree? En la comunidad financiera hay más dudas que certezas. En el entorno internacional, más alarma que respaldo. Y entre los estadounidenses, una caída sostenida de su ya escasa popularidad. Todo indica que se encamina a romper un récord nada envidiable: el del presidente con mayor descenso en aprobación en sus primeros cien días.
Pero nada parece hacer mella en su postura arrogante. Trump continúa con el discurso inflamado, rodeado de un séquito de impresentables que aplauden cada desatino como si se tratara de una genialidad. La realidad es otra. Estados Unidos no está creciendo a pasos agigantados, sino tambaleando en una economía frágil, mientras su líder juega con fuego.
Y no lo digo como insulto gratuito, pero hay momentos en que sus discursos bordean lo grotesco. Su forma de alardear, su desprecio por los datos, su manera de escabullir responsabilidades, rayan en lo patético. Sus expresiones, dignas de un orangután norteamericano —como muchos lo han llamado— están lejos de la mesura que exige un jefe de Estado.
Lo peor es que, si el mundo entra en crisis por culpa de este personaje, serán los más pobres, los más débiles, los más vulnerables, quienes pagarán las consecuencias. Porque cuando un elefante se desploma, aplasta todo a su alrededor. Y Trump, que presume ser un titán, bien podría convertirse en el epicentro de un derrumbe que nadie pidió, pero que todos terminarán resintiendo.
Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
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